El sábado era el día que siempre quería ver salir entre las macetas llenas de distintas flores de mi padre. Después de un baño tibio y con ropa limpia, preparada para el sol, caminaba hacia la cancha de mi barrio. Empinaba cuatro empanadas de morocho y un vaso grande con limonada o naranjada, listo y de buen ánimo para mirar el voly. Los eternos rivales -y más taquilleros- eran un flaco alto barbado apodado Fusil y otro más bien pequeño y gordo, apodado Capitán. Armaban cada uno sus equipos, calentaban un poco sus extremidades y afilaban aún más, sus alargadas lenguas. Jugaban como maestros, pero su prodigiosa habilidad, en el voly de tres, no era la principal atracción. Eran las venenosas palabras que emergían de sus bocas las que despertaban el interés en la afición. Y vaya qué afición. Alrededor del rectángulo de la cancha no había como acomodar un alfiler una vez empezado el partido. Mientras el balón saltaba por la red, las palabras contra el adversario afloraban raudas, veloces, punzantes y sobre todo, siempre cargadas de humor en múltiples colores. Cargadas sobre todo digo, de una gran originalidad que se estrenaba sábado a sábado. El Fusil y el Capitán eran grandes amigos, se respetaban mucho tanto que, hasta en el irrespeto de lanzarse frases punzantes, también se mostraban respeto. Y en cada frase arrancaban risotadas de la afición. Este par de amigos y rivales eran la atracción valiosa y gratuita en la mañana del sábado. Así fueron antaño mis sábados. Ya no sé nada del Fusil ni del Capitán, deben haber envejecido. La cancha tampoco existe, en su lugar está un mercado lleno de mucho desorden y maloliente suciedad, que hacen imposible acercarse a los recuerdos. El Fusil y el Captán han sido sustituídos por el Presidente. El sábado está ahora, encadenado, ocupado por un desarmonioso ruido de mercado, lleno de irrespeto, prepotencia, insultos primitivos sin chispa ni humor, con demasiados disparates que conducen a la rabia o a la depresión. Por eso prefiero que la radio y la tv estén desconectadas, en silencio, y a veces silvar el condor pasa hasta que llegue el domingo.